05 Nov Mi nana, el jabón y yo
Desperté de la siesta con los ladridos del perro. El sol se filtraba por las rendijas de las latas que cubren la ventana. Pongo los pies despacio en el suelo, de tierra firme y disparejo. Me acerco a la puerta abierta que deja entrar una brisa tibia de fines de enero. El olor del pan amasado cocinándose, va entrando a bocanadas. La veo sobre unos cajones de tomate volteados, las chalas blancas sucias con tierra, holgadas por el uso, curvada sobre la batea, apoyada en el borde, con el delantal mojado a la altura del vientre. Va rítmicamente escobillando sobre la ancha tabla. Los brazos fuertes, las manos rugosas, un olorcillo fresco se escapa y se mete en mi nariz, uno que conozco. El jabón resbala de sus manos y aprieta el rectángulo verde opaco, deslizándolo enérgicamente sobre la prenda, volviendo a escobillar. A ratos revisa el resultado y va separando en el canasto los que están listos para el enjuague, va metiendo entonces en un tambor cortado a la mitad las piezas de ropa, enjuagando con abundante agua, para tender luego en el cordel amarrado entre los árboles.
Me llega su olor a lavanda, mezclado al fresco aroma foreste del jabón. Se detiene unos segundos a mirarme.
–Ven a ayudarme, chiquilla -dice. Y me hace un gesto con las manos.
Corro ansiosa, porque llevo rato esperando esa invitación. Me encanta la sensación del jabón resbaladizo en las manos, la espuma y cómo se desliza por el cuello ennegrecido de la camisa. Ella me sostiene sobre el cajón, enseñándome la técnica de la escobilla. Se estimulan mis músculos a cada pasada, sonríe con su boca de escasos dientes, y me palmotea la cara con las manos ásperas, húmedas y frías. Me chasconea el pelo, con esa mano pesada, me aprieta hacia su pecho, me lleno los pulmones de ese olor a hembra trabajada, a lavanda y a esta barra verde oscuro.
-María, María ¿dónde estás? -grita mi madre desde la casa grande.
Con un gesto me despide y me volteo a verla siguiendo con su labor. Yo apenas sé leer, pero en la bolsa del jabón dice Popeye, como el de las caricaturas.
Por: Pamela Díaz