El vellón de lana negra en Aysén
El vellón de lana negra en Aysén
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El vellón de lana negra en Aysén

El vellón de lana negra es un relato sobre Popeye

El vellón de lana negra en Aysén

Cuando era niño, la oscuridad de mi piel siempre me acomplejó. En la escuela mis compañeros se burlaban de mí. “Curiche” era mi apodo y tengo una angustia deslavada, cercana a la pena al recordarlo.

Por esos años a mi padre lo destinaron a la región de Aysén; llegamos a una pequeña parcela. Estábamos felices por un nuevo comienzo y como el patio de la casa era grande, compramos unas ovejas que alegraban la pampa. Todo era nuevo y en la escuela de Ñirehuao no sufría demasiado por mi color, pero en mi corazón aún rondaba la angustia.

Era agosto cuando empezaron a nacer los corderitos, mi felicidad crecía a cada parición… ya iban seis crías que correteaban detrás de sus madres. Un día al amanecer abrí la cortina para ver si había nacido un nuevo corderito y efectivamente: ¡sí había uno nuevo! Sin embargo, un dolor atravesó mi corazón de niño: ¡el corderito era negro! Bien sabía yo que sufriría por su color y lo único que se me ocurrió para ayudarlo fue entibiar agua y lavarlo con el jabón Popeye que siempre había en casa. Lo remojé y restregué cuanto pude, pero seguía siendo negro. Mi mamá salió al patio y me descubrió en la tarea de lavar al cordero, me preguntó por qué lo hacía y la humedad de mis ojos le dio la respuesta… Me abrazó con ternura indecible, me ayudó a secar al corderito y dejarlo andar por la pampa. El borrego brillaba con el sol de agosto, su lana negra resplandecía con tal belleza que no pude esquivar la verdad: el cordero negro era el más lindo de los corderos que corrían festivos bajo el cielo de Aysén.

Un año después, llegó el momento de la esquila… y mi cordero negro tenía abundante lana para regalarnos. Tomó el vellón recién esquilado y me llamó:
―Iremos al río a lavar esta preciosa lana, trae el jabón Popeye.

Y así lo hicimos. Llegó después el momento de vender la lana de la producción y mi madre me dijo:
―Venderemos esta lana, acompáñame y pon mucha atención.

Llegamos a la tienda y el comprador de lana se puso enseguida a revisar nuestra producción…
―Por la lana blanca, que está muy buena, le puedo dar cuatro mil por kilo, y por el vellón negro… unos seis mil por kilo, ¿qué le parece?

Mi mamá regateó un poco y el comprador terminó pagando siete mil pesos por el vellón negro, pero se mantuvo firme con el precio del resto de la lana. Luego me abrazó y dijo:
―¡Es más apreciada la lana negra!

Una gran alegría llenó mi corazón. Todo el paisaje a mi alrededor reverdeció y comenzó a diluirse mi pena hasta casi desaparecer.


Por: José Francisco Muñoz