26 Ago El pañuelo de género
En mi escuela básica FN231 los lunes nos revisaban las uñas, pelo, zapatos lustrados y el pañuelo de tela limpio. Cada fin de semana, mi mamá me recordaba esas responsabilidades y me ayudaba con el pañuelo.
Era julio y venían vacaciones.
Al despertar el lunes post vacaciones (los niños sí nos desconectamos en ese periodo) recordé que no había lustrado mis zapatos, no me había cortado las uñas y mi pañuelo estaba sucio y arrugado porque estuve resfriado. Me levanté rápido, lavé mi cara y manos, mojé mi pelo y algo me peiné (era de pelo porfiado), lustré mis zapatos, corté mis uñas, y al llegar al pañuelo, me puse nervioso, pues estaba realmente sucio como pocas veces. Pensé en mi súper mamá, pero ella había salido temprano con mi hermana mayor a la posta, tenía control de “niña sana”. Entonces la recordé en esas maratónicas lavadas de ropa en la batea a mano y con un jabón blanco del que, hasta entonces, no sabía su nombre.
Corrí a la batea, tomé el jabón que estaba bien delgado (mi mama lo ocupaba al máximo), mojé mi pañuelo en la llave y comencé el mismo ceremonial de mi madre con el jabón. Al escobillar y escobillar, con mi fuerza de niño más el poder del jabón, el pañuelo recuperaba su limpieza y blancura.
Unos breves minutos y estaba casi impecable. Lo enjuagué rápido, no tenía tiempo para secarlo y solo lo estrujé con la fuerza de un niño de diez años. Doblé el pañuelo, que seguía bien húmedo, lo metí en mi bolsillo y partí rápido a la escuela (quedaba cerca).
Después de formarnos, tomar distancia, cantar la canción nacional, e ingresar a la sala, empezó la revisión de rutina. Llegó mi turno, fui casi el último de la revisión (me apellido Torres), y sentía mi pañuelo húmedo en el bolsillo.
La profesora no notó que estaba muy húmedo, pero sí notó un muy agradable olorcito y me lo comentó: “Qué buen aroma su pañuelo, seguro que su mamá usa jabón Popeye”. Me encogí de hombros.
Al llegar a casa, le comenté a mi madre lo sucedido, y me dijo: “Claro, hijo, jabón Popeye, siempre”. No olvidé nunca más ese nombre, no solo por el aroma, sino porque en minutos hizo magia con los vestigios de mi resfrío y me salvó del castigo de quedarme a hacer aseo o escribir 100 veces “No olvidar el pañuelo blanco limpio”.
Por: Carlos Torres