El pañuelo de género
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El pañuelo de género

El pañuelo de género es un relato del concurso literario

El pañuelo de género

En mi escuela básica FN231 los lunes nos revisaban las uñas, pelo, zapatos lustrados y el pañuelo de tela limpio. Cada fin de semana, mi mamá me recordaba esas responsabilidades y me ayudaba con el pañuelo.

Era julio y venían vacaciones.

Al despertar el lunes post vacaciones (los niños sí nos desconectamos en ese periodo) recordé que no había lustrado mis zapatos, no me había cortado las uñas y mi pañuelo estaba sucio y arrugado porque estuve resfriado. Me levanté rápido, lavé mi cara y manos, mojé mi pelo y algo me peiné (era de pelo porfiado), lustré mis zapatos, corté mis uñas, y al llegar al pañuelo, me puse nervioso, pues estaba realmente sucio como pocas veces. Pensé en mi súper mamá, pero ella había salido temprano con mi hermana mayor a la posta, tenía control de “niña sana”. Entonces la recordé en esas maratónicas lavadas de ropa en la batea a mano y con un jabón blanco del que, hasta entonces, no sabía su nombre.

Corrí a la batea, tomé el jabón que estaba bien delgado (mi mama lo ocupaba al máximo), mojé mi pañuelo en la llave y comencé el mismo ceremonial de mi madre con el jabón. Al escobillar y escobillar, con mi fuerza de niño más el poder del jabón, el pañuelo recuperaba su limpieza y blancura.

Unos breves minutos y estaba casi impecable. Lo enjuagué rápido, no tenía tiempo para secarlo y solo lo estrujé con la fuerza de un niño de diez años. Doblé el pañuelo, que seguía bien húmedo, lo metí en mi bolsillo y partí rápido a la escuela (quedaba cerca).

Después de formarnos, tomar distancia, cantar la canción nacional, e ingresar a la sala, empezó la revisión de rutina. Llegó mi turno, fui casi el último de la revisión (me apellido Torres), y sentía mi pañuelo húmedo en el bolsillo.

La profesora no notó que estaba muy húmedo, pero sí notó un muy agradable olorcito y me lo comentó: “Qué buen aroma su pañuelo, seguro que su mamá usa jabón Popeye”. Me encogí de hombros.

Al llegar a casa, le comenté a mi madre lo sucedido, y me dijo: “Claro, hijo, jabón Popeye, siempre”. No olvidé nunca más ese nombre, no solo por el aroma, sino porque en minutos hizo magia con los vestigios de mi resfrío y me salvó del castigo de quedarme a hacer aseo o escribir 100 veces “No olvidar el pañuelo blanco limpio”.


Por: Carlos Torres