El jeans y la hallulla con barro
El jeans y la hallulla con barro
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El jeans y la hallulla con barro

El jeans y la hallulla es un relato del concurso

El jeans y la hallulla con barro

Me encanta ver las hojas enrojecer en otoño, observar el degradé en los árboles de los callejones en donde los nuevos colores se apoderan del otrora verde dominante.

La brisa se entibia un poco antes de la lluvia y acaricia las mejillas al caminar. Así es el escenario sureño por excelencia. Acá sabemos cuándo va a llover y en cuánto rato.

Al caminar se escuchan crujidos satisfactorios en cada paso, y ese sonido de hojas en conjunto con el viento me trasladan a mi niñez.

Cierro los ojos y visualizo aquel instante sencillo y hermoso en que me mandaron a comprar hallullas y mortadela. Sentir el vapor saliendo de la bolsa y calentando la mano, y ese olor a pan caliente que se entremezcla con el embutido empaquetado en papel de envolver café. Me dan ganas de pellizcar el pan.

En ese momento las calles se vuelven silenciosas: la lluvia ya llega. Gota a gotita las chispas se vuelven un aguacero y la calma del camino se transforma en un baile de entropía para evitar los charcos en formación.

Pisar una hoja traicionera puede cambiar rápidamente el panorama y el ánimo. Pisar una hoja traicionera puede significar resbalar y caer. Una hoja traicionera hizo precisamente eso. Pisé, resbalé y caí.

Unos jeans casi nuevos de niña eran ahora un desastre de barro y pasto raspado. En mi caída, una hallulla aventurera voló a una cama de barro. Irrecuperable.

Al llegar a la casa, mi mamá analiza la situación y con dulzura me ayuda en el proceso de baño y secado, me pone ropa calentita y me ayuda a recuperarme del frío.

Sin heridas en las rodillas más que futuros moretones, veo cómo mi mamá toma un rayador de verduras y el jabón Popeye. El jabón que va rayando lo echa a la lavadora y yo no entiendo qué magia es esa. “Es la única forma de que salga todo”, me dijo.

Yo quería ponerme mis jeans, pero tenían que lavarse y secarse, así es que por mientras comimos pancito. Le conté a mi mamá lo del pan volador y me dijo que con jabón Popeye podríamos haberle sacado el barro. “Yo creo que saldría todo lo sucio, pero no me comería ese pan”, dije. Mi mamá sonrió. Yo creo que me imaginó hablando con burbujas.


Por: Catalina Silva