El paquete equivocado
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El paquete equivocado

El paquete equivocado es uno relato del concurso literario

El paquete equivocado

En mayo de 2024 mi familia y yo cumplimos 50 años viviendo en Puerto Montt. Cuando llegamos la ciudad era muy distinta a como es ahora. Ni hablar de la palabra modernización. Había muy pocas calles pavimentadas y todos los atrasos asociados al lento progreso nacional. Sin embargo, lo que no se detenía nunca era el arduo trabajo de las esforzadas dueñas de casa, ocupadas siempre de la limpieza del vestuario familiar. 

Por ser el mayor de mis hermanos y con solo nueve años, tenía la misión de realizar las compras del hogar en cierto emporio del centro de la ciudad.

Un día de esos, aprendí algo que no se me olvidó nunca más. Estaba a punto de partir de compras con lista en mano, cuando mi madre me indicó que también debía comprar urgentemente Popeye. “¿Qué será eso?”, me pregunté. “El jabón para lavar la ropa, el de color verde”, respondió. Asentí con la cabeza y salí raudamente, sin anotar el último pedido. 

Todo el camino fui repitiendo interiormente para no olvidar: “Jabón verde, jabón verde, jabón verde”, incluso caí varias veces al tropezar con las abundantes piedras de la cuesta del lugar. Finalmente llegué al emporio, sin lista de compras, las rodillas magulladas y un revoltijo de nombres de artículos por comprar dentro de mi cabeza. Llegó mi turno, la hora de espera tendría que recuperarla en la subida del cerro y cargado como un sherpa. Y comencé a improvisar con lo que me acordaba del pedido. “Espero que esté completo”, llegué a musitar. El atendedor al borde del empaque, me preguntó: “¿Algo más?”. En ese instante mi rostro se iluminó y dije con voz decidida: “Dos barras de jabón verde, por favor”. Y atinó a poner en mi bolsa de género dos paquetitos del color aludido.

Feliz llegué a casa, entregué la boleta, el vuelto y la mercadería; esperando la aprobación de mi mamá. Sin embargo, la alegría me duró segundos. Unos instantes después fui convocado de urgencia, ya que los jabones que me vendieron no eran Popeye, sino unos de tocador. Rápidamente partí cerro abajo a cambiar los jabones equivocados. En este momento, y siendo mañana de día laboral, lavo mi pantalón con jabón Popeyerecordando nostálgicamente aquel episodio.

Las ciudades cambian, nosotros también, pero la esencia, incluida la del Popeye, permanece por siempre.


Por: Gastón Ojeda