El olor de mi abuelita
El olor de mi abuelita
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El olor de mi abuelita

El olor de mi abuelita es un relato del concurso

El olor de mi abuelita

Este verano, después de mucho tiempo fui al campo, pero esta vez fue distinto, solamente fuimos mi marido y yo. En cambio antes… antes íbamos todos.

Al caminar por el terreno afloraron las reminiscencias de muchas vacaciones pasadas. De eso hace ya casi treinta años, veníamos toda la familia, dejábamos la casa de la playa y nos acomodábamos en el campo del abuelo. Recuerdo que en cuanto llegábamos, él salía a recorrer sus tierras, caminaba raudamente apoyado en su bastón, cruzaba riscos y quebradas y no regresaba hasta caer la tarde.

Por otro lado, mi abuelita junto a la Chela ordenaban el cuarto que utilizaban como cocina. Mis padres hacían unos sahumerios con una infinidad de hierbas para espantar  los insectos y ratones que podría haber dentro de la casa, cerrada y deshabitada todo el año.

Yo solo me preocupaba de mis hijas, niñitas entonces y para no interferir en el trabajo de los demás, las llevaba a pasear por el campo. El primer lugar que visitábamos era el pozo; debíamos ver si había agua, si estaba limpio y qué tan peligroso era sacar el agua, ya que mi abuelita siempre se acordaba de cuando la tía Estela, siendo niña se había caído dentro. Fue un gran susto y mucho trabajo para el abuelo, pues tuvo que sacar toda el agua para limpiarlo.

En este viaje, al igual que antaño, me dirigí al pozo. Observé el agujero con el agua turbia, las hojas que flotaban en la superficie, los guarisapos… Sentí un viento suave, un olor a eucalipto mezclado con manzanilla y poleo. Al cerrar los ojos sentí el olor al jabón, ese aroma característico de color verde que me acompañó en todos los viajes al campo. Me vi como una mujer de principios del siglo pasado en cuclillas con baldes y lavatorios, jabonando la ropa bajo la sombra del gran arrayán. También vi a mi hija menor, quien como en un juego le lavaba los calcetines a su tata. Y lo más maravilloso, percibí la presencia de mi abuelita, siempre preocupada por todos. La vi con el infaltable jabón verde, lavando y escobillando la ropa en una artesa y con el mismo brebaje limpiaba las ollas, esas ollas en las que nos preparaba ricas comidas con las cuales nos demostraba a todos cuánto nos quería.

Cada vez que veo la barra de jabón aparece en mi mente el pozo y mi abuelita, quien, a pesar de los muchos años que han pasado, sigue presente en mi vida; imposible olvidar todas las muestras de cariño que me dio a mí y a mis hermanos e incluso a mis niñas en los pocos años que la tuvieron como la abuelita viejita.


Por: Carmen Gloria Farías