El aroma de la niñez
El aroma de la niñez
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El aroma de la niñez

El aroma de la niñez es un relato del concurso

El aroma de la niñez

Cuando llegué a vivir a Aysén tenía diez años. Sin duda, lo más difícil fue adaptarse a lo implacable de su clima frío, lluvioso, de vientos que remecían la majestuosa naturaleza que envuelve la ciudad, la humedad del ambiente. Todo parecía ser algo difícil y a lo que deberíamos acostumbrarnos para empezar una nueva vida.

Una casa sin mucho en su interior fue lo primero que mis padres pudieron ofrecernos, ya teníamos lo vital que sin duda era la cocina a leña. Ahí, con el primer fuego, la casa tomó otro color. El calor impregnaba la piel expulsando la humedad del ambiente y te invitaba de forma instantánea a los mates y unas sopaipillas con un poco de mermelada. Eso le fue dando el lado dulce a nuestra niñez, disipando la añoranza de amigos y familia que habíamos dejado en mi amado Valparaíso.

Y así empezó a pasar el tiempo. Mis padres trabajaban y nosotros con mi hermano íbamos a la escuela y jugábamos en casa. Una de las cosas que recuerdo con nostalgia es que mi mamá acostumbraba a lavar la ropa los días sábados. No teníamos lavadora, así es que en la tina y en cuclillas ella se amanecía lavando. Sus manos terminaban rojas, porque créanme que no he sentido aguas más heladas que las de Aysén. Pero ella, a pesar del frío, nos miraba y decía sonriendo: “Me saldrán sabañones con el agua helada, pero al menos mis manos olerán a jabón Popeye”. Así, mientras la ropa se secaba al calor de la leña, no solo sus manos olían a jabón, sino que la cocina entera tenía ese aroma, todo olía reconfortante y bien, hasta que con el paso de los años la modernidad hizo olvidar esos detalles.

Me volví adulta, me casé y tuve tres hijos. Por supuesto mi mamá de vez en cuando me ayudaba en los quehaceres, y un día, cuando llegué a casa de noche, al abrir la puerta los recuerdos vinieron a mí. De pronto tenía diez años otra vez, la casa olía a ropa secándose al calor de la estufa a leña con ese aroma inolvidable a jabón.

Mi mamá me miró y me dijo: “Tuve que lavar a mano los calcetines de los niños, ¡estaban imposibles!, como los de ustedes cuando eran pequeños, pero nada que no saque una friega con Popeye”. Y se puso a reír.

Sonreí con ella y pensé en lo difícil que tienen que haber sido esos años cuando éramos niños empezando de cero. Al final, un aroma tan significativo y particular de nuestra identidad fue capaz de traerme recuerdos de mi niñez en mi amada Patagonia. Me recordó sus manos frágiles y rojas en el frío y su sacrificio de tantos años como mamá.


Por: Eileen Pizarro.