29 Oct Jabón “Yopepe” y la magia del lavado
Faltaba poco para el mediodía y mi madre me llamó desde la ventana del cuarto piso. Yo estaba jugando con mis amigos a la pelota. Todos éramos de la misma edad, 13 años en promedio, y este era un improvisado encuentro futbolístico de vacaciones de invierno.
Mamá me pidió que me acercara. Sorpresivamente, tiró una bolsa con algo adentro que pesaba. Eran monedas. Me dijo dulcemente que fuera a comprar dos barras de jabón Popeye en el negocio de la señora Yerka y que no trajera otra marca.
Ya en el negocio le pedí a la dueña que me vendiera dos jabones cuya marca ya me había olvidado en el corto trayecto (le pedí erróneamente jabón Yopepe, jabón Poyepe, jabón Pepeye). La dueña sonrió, me vendió los jabones y me regaló un puñado de caramelos surtidos, gomas de frutilla y chicles de menta. Al regresar entré rápidamente, dejé las cosas sobre la mesa y retorné al parque para compartir los dulces con mis pares y seguir jugando a la pelota, no sin antes escuchar la voz de mi madre que me decía a lo lejos: “Más rato vas a picar el jabón”.
Regresé con la ropa sucia, sudorosa y algo ensangrentada (me había raspado la rodilla), y con mucha hambre. Mi padre me ordenó que me aseara y dejara la ropa sucia en la lavandería, junto con las otras prendas para ser lavadas más tarde.
Después de almorzar mi madre me ordenó que la ayudara con el ritual del lavado y me enseñó a cortar el jabón Popeye como virutas, como si estuviera cortando trocitos de queso para luego verterlos en una olla llena de agua que se estaba calentando en la estufa de parafina. Mi madre decía que preparaba ‘el hervido o sopa de jabón’ para meter allí las prendas sucias y literalmente cocinarlas, para despojarlas de la mugre. Me pareció algo fascinante porque nunca había escuchado ni visto algo tan raro. Iba picando y obteniendo trocitos de Popeyitos (así los llamaba) y los lanzaba al agua caliente. Luego de que hervían unos 15 minutos, sacaba una a una las ropas y las tiraba al lavadero de granito para enjuagarlas con agua corriente. Quedaban blancas como la leche. Cuando la olla quedó sin ropa, mi madre botó una parte del agua jabonosa en el inodoro y otra parte en la ducha para, según ella, desinfectar todos los sitios llenos de hongos.
Nunca jamás en mi corta vida y mi poca experiencia, he visto hacer magia de lavado dentro de casa con mamá como guía; sin detergentes en polvo, ni cloro, ni nada de eso, solamente con el asombroso poder de jabón Popeye.
Por: Sergio Rambla