Un jabón mágico
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Un jabón mágico

Un jabón mágico

De chico fui muy inquieto. Me gustaba salir a jugar pichangas con mis amigos e ir por nuevas aventuras. Mi madre, fallecida hace cuatro años, se quejaba mucho, ya que después de jugar todo el día en la calle llegaba con la ropa muy manchada y sucia. Me retaba un poco, pero luego ella recordaba que el juego era más importante que una mancha, sobre todo porque siempre tenía en su lavadero el jabón en barra Popeye.

Cada día era un ritual, cuando llegaba a la casa después de jugar una pichanga con mis amigos, mi mamá me desvestía debajo del parrón, ese parrón que para el verano estaba cargadito de uvas. Metía la ropa al agua y empezaba a “refregar” las poleras llenas de barro.
Mientras, me mandaba a vestir y a tomar once. La verdad, yo no entendía cómo lo hacía. Me preguntaba cómo podía quedar mi ropa igual de limpia que antes, y siempre pensé que mi mamá hacía magia.

Ahora que soy padre de dos niños aprendí a jamás restringir el juego a mis hijos por evitar las manchas, sobre todo sabiendo que aún existe el jabón “mágico” Popeye, ese que mi mamá usaba en mi niñez, hace más de cuarenta años.


Por: Samuel Esparza