05 Nov El eco del jabón Popeye
Cada día puede ser muy diferente e igual a la vez. Hacer la cama, sacar la basura, lavar la ropa. Una y otra vez, puede ser monótono, pero, a veces, existe aquel mágico momento en que un aroma nos envuelve en recuerdos que creíamos olvidados. Eso fue lo que me pasó ayer, cuando tomé las camisas sucias de mi marido para desabotonarlas y prepararme para desmugrar los cuellos y puños que absorben de manera sorprendente el esmog de las calles de Santiago.
Estaba en eso, tomando la barra de jabón Popeye, cuando de pronto el aroma me llevó al patio de la casa donde crecí, justo al lado de la artesa y de mi madre. A ella la veía de espalda, alta, joven, con un vestido cruzado. Llena de energía, pasando una, dos, tres veces la barra de jabón Popeye a lo ancho sobre las sábanas de crea que ella misma confeccionaba. Cuatro, cinco, seis, siete escobillazos eran los que continuaban a lo largo y sobre la tabla de madera que cruzaba la artesa que, a su vez, soportaba el agua con un tapón de madera envuelto en tela.
Más de cuarenta años, las dos con el mismo jabón en las manos, las dos con nuestras familias en la cabeza, con los mismos sueños de amor infinito puestos en la tierra y el cielo.
Por: Maritza Delgado