05 Nov La tina de mi abuelita Otilia
Era un sábado de 1982 a las 8:30 de la mañana en la ciudad de Valdivia, Chile. Yo tenía 10 años. Para hoy, una niña. En ese entonces, una joven a la que se le debía preparar para las labores de hogar. La voz de mi madre llamando desde el primer piso hacia el segundo: “Levantarse, hay que limpiar la casa, yo debo ir a la feria y al Mercado Fluvial”.
Somos cuatro hermanos con dos años de diferencia. Cada uno tenía labores que cumplir los fines de semana. Hacer aseo, así lo llamábamos, y el sábado era mi día favorito. Me tocaba lavar la ropa y usábamos jabón Popeye. El verde, que tenía un envase transparente y con la imagen de Popeye el marino. Me encantaba el aroma, y aún cuando lo uso, el abrir el paquete me traslada a esos años donde éramos pequeños. Mi abuelita Otilia estaba viva y vivía con nosotros. Es increíble como algo tan simple nos retrocede a muchos momentos y vivencias.
El lavado se hacía en la tina y a mano (no teníamos lavadora ). Antes de comenzar, mi abuelita Otilia calentaba agua en la estufa a leña, el sur es muy helado. Una vez que las ollas estaban a buena temperatura se echaba el agua a la tina, que ya tenía la ropa blanca en remojo con agua fría con mi recordado jabón Popeye. Las prendas de color blanco eran las primeras en ser lavadas. Había una tabla en la tina donde se colocaba la ropa. Se pasaba más jabón y después se pasaba la escobilla de ropa. Los cuellos de las blusas de escuela se restregaban varias veces y quedaban blanquitas. Después se lavaba la ropa de color con la misma técnica. Luego se enjuagaba todo y al cordel.
Mi amada abuelita estaba enferma, y con la poca salud que tenía ayudaba también en colocar a hervir sobre la cocina a leña los paños de loza con jabón Popeye. Aún en mi mente están sus palabras. Decía que lo único que sacaba las manchas y los malos olores era el jabón Popeye, “no hay otro igual”.
Por: Verónica Villarroel