17 Oct El chascarro del conejito
Cuando éramos niños, mis dos hermanos y yo íbamos a una escuelita a 10 minutos caminando desde mi casa.
Un día, cuando estaba en primero básico, teníamos que ir disfrazados y mi madre, con mucho esfuerzo, me hizo un disfraz blanco de conejito. Ella era una mujer muy amorosa y tierna, hoy tiene más de 80 años y lo sigue siendo.
Un día, estando en la sala de clases disfrazado de conejo me dieron ganas de ir al baño. Le pedí permiso a la profesora, pero no me dejó.
Dominado por el miedo, debido a la mirada severa de la profesora, no me atreví a insistir, y el conejito blanco se convirtió en un conejito café (tú me entiendes).
La profesora, aplicando toda su sabiduría y su magíster en educación, me agarró de una oreja (de conejo), me echó gritando de la sala y me envió a mi casa solo… eran otros tiempos.
Cuando iba caminando por la calle, con una oreja menos, la gente me veía y decía tiernamente: “Miren, un conejito, ¡qué lindo!” y cuando ya pasaba se daban cuenta de lo sucedido y decían: “¿Qué tiene ahí atrás?”. Ese trayecto de 10 minutos de regreso a casa me pareció eterno.
Cuando llegué, solo y triste, mi mamá me recibió con una sonrisa muy tierna, me quitó el disfraz, me manguereó y luego dijo: “La única manera de salvar a este conejito es lavarlo con jabón Popeye”.
Hoy tengo 47 y cada vez que veo el jabón Popeye en mi casa, me recuerda que un día fui un conejito playboy.
Por: Claudio Olmedo