29 Oct El engaño del futbolista
En los años 90 vivíamos en el campo, cerca de la ciudad de Fresia. Tenía tres hermanos, dos mujeres y un hombre. El hombre llamado Juan Carlos, mayor que yo; futbolista de chico, jugaba todos los fines de semana a la pelota.
En esos años mis padres aún no contaban con una lavadora de ropa por lo que se acostumbraba lavar a mano, afuera de la casa, con jabón Popeye y detergente.
Mi hermano llevaba todos los fines de semana los uniformes después de sus partidos, era un bolso que contenía camisetas, short y medias deportivas. Recuerdo que eran blancas, pero llegaban de cualquier color por las marcas de barro y pasto. Muchas veces llegó regañando que solo a él le tocaba lavar esas ropas y no a sus compañeros. Obviamente para mí no era agradable tampoco, porque yo debía lavar afuera de la casa, con frío y las incomodidades que en esos tiempos se vivían en los campos, pero aun así decidí ayudarle.
Pasaron los años y en una junta de amigos descubrí que a él jamás lo obligaban a lavar esa ropa deportiva, sino que era mi hermano que se ofrecía para llevar esos uniformes porque tenía una hermana que los lavaba y que dejaba todo blanco y limpio con jabón Popeye. Yo muchas veces sentí pena porque le tocaba solamente a él lavar la ropa, por lo que debía ayudarle como buenos hermanos que éramos. Y desde entonces siempre es una conversación familiar llena de risas y recuerdos. Fui engañada por mucho tiempo y jamás dudé de él. Pero con jabón Popeye me lucí lavando esos uniformes deportivos en los años 90.
Por: Silvia Mancilla