06 Ago El tuto
Hace más de 30 años, un sábado como cualquiera, mi hermano y su esposa llegan a mi posada, esperando pedirme un favor: querían asistir al matrimonio de una amiga, y no tenían quién cuidara a su hijo. Fue entonces cuando una pequeña bendición se asomó detrás de sus piernas: mi sobrino Ignacio. Dos años tenía, y yo con una gran alegría lo acurruqué en mis brazos. Sentí un gran regocijo de verlo después de tanto tiempo. Sus pequeños ojos como botones negros, su tez blanca y sus mejillas rojas como tomatitos, me convencieron de cuidarlo el resto de la noche. Le dije a mi hermano que saliera sin preocuparse, que yo iba a regalonear a mi sobrino Ignacio como si de un hijo mío se tratara.
Pasaron las horas, y llegó el momento de dormir. Acurruqué a Ignacio y apagué las luces, sin embargo, sus ojos brillaban en la oscuridad de la noche, intranquilos, y su pequeña boca solo podía murmurar una cosa:” ¡Tuto, tuto, tuto!”.
Yo pensaba que era porque tenía sueño, pero los minutos pasaban, y su llanto no cesaba. Rápidamente busqué por toda mi casa algo que lo tranquilizara. Le ofrecí de todo: un peluche, un juguete, un tete, hasta un pañal limpio, pero nada funcionaba. Entre recuerdos pensé que él siempre estaba al lado de una manta, a la que casualmente llamaba “tuto”.
Busqué la manta por toda la casa, pero no la encontré, y comencé entonces a husmear entre mis cosas algo que se pareciera: camisetas de algodón, calcetines de lana y abrigos de polar, pero ninguna cosa lo tranquilizaba. Desesperada, abro mi cajón de calzones, dudando de lo que estaba a punto de hacer. Veo entonces su pequeña carita roja por el llanto, que solo seguía pidiendo: “¡Tuto! ¡Tuto! ¡Tuto!”. Le entregué uno de mis calzones, como mi última esperanza, y fue grande mi sorpresa cuando el silencio llegó por fin al cuarto.
Mis calzones lavados con jabón Popeye, fueron los únicos que lograron aliviar el llanto de mi sobrino Ignacio. Él los tomó, se acurrucó en ellos recordando el característico aroma de su amado tuto. El pequeño Ignacio por fin pudo conciliar el sueño, y yo también al haberlo aliviado. Estoy segura de que durmió entre nubes, con el inconfundible aroma de mis calzones limpios, el aroma a Popeye.
Por: Laura Cid