26 Ago Generaciones de tendederos
Era 1976, yo tenía 5 años y mi hermana 3. Vivíamos en las bodegas de la iglesia. A un costado de la casa parroquial. Mi mamá y mi abuela habían enviudado hacía poco tiempo. Mi mamá trabajaba de profesora en San Javier, por lo que la veíamos cada 15 días. Mi abuela lavaba la ropa de los futbolistas del Atlético de Coinco. Era necesario para poder tener dinero para comer y pagar los gastos básicos. Nos habíamos quedado sin casa y el señor cura le dio un lugar a mi mamá para que se habilitara como nuestro hogar. Yo me paraba al lado de la artesa y me mojaba las mangas ayudándole a mi abuelita en su labor. Me encantaba ese olor a jabón Popeye caliente. Ella hervía la ropa blanca y la sacaba de unos tarros gigantes con unos palos de madera. Luego la vertía sobre el agua fría recién extraída de la noria. Era todo un espectáculo, lleno de contrastes.
Mientras mi abuela lavaba, y yo me mojaba hasta los hombros tratando de ayudarle, mi hermana más pequeña cantaba. Tenía una voz hermosa. Se paraba en un tronco a cantar la canción “Libre” de Paloma San Basilio. Todos alrededor la escuchaban. Trabajadores que hacían los jardines en la iglesia, algunos vecinos, y mis tíos que por algún lado maestreaban. Así pasábamos la tarde. El cordel lleno de camisetas blancas lavadas con Popeye y el amor que le ponía mi abuelita. Pero la historia de mi familia con Popeye venía de mucho antes que las camisetas del club. Mi abuelo era farmacéutico, y ella, mi abuela, lavaba sus delantales con el mismo amor, y también el mismo jabón. “Lucían radiantes como la nieve”, decían las clientas que lo recordaban cuando hablaban de la farmacia.
Pasaron los años y nació mi hijo Javier. Yo me embaracé estando en la universidad así que no había derecho a usar pañales desechables. Metros y metros de pañales Bambino tendidos al sol. Blancos como la nieve igual que los delantales de mi abuelo. Lavados y hervidos con el mismo jabón. Luego nacieron mis otros hijos y si bien ellos sí usaron pañales desechables, sus ropitas siempre conocieron la inconfundible fragancia del Popeye. Si bien soy publicista y periodista, hace unos años decidí dedicarme a la banquetería. Y todas las semanas recuerdo ese tiempo pasado, cuando lavo mis manteles blancos de lino y los paños de cocina. Lógicamente con el mismo jabón de mi infancia y juventud. No puede faltar en mi despensa ni menos en el carro de supermercado. Cada vez que llego a un evento, todos se sorprenden de lo blancos y limpios que están. Agradezco que siga siendo el mismo. Agradezco tener una historia con Jabón Popeye.
Por: Tania Arce