Jabón en forma de corazón en Traiguén
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Jabón en forma de corazón en Traiguén

Jabón en forma de corazón habla de Popeye

Jabón en forma de corazón en Traiguén

Eran días difíciles para todos, independiente de tu postura política, la escasez de productos básicos era transversal. Por otro lado, se vivía un clima de inseguridad, por lo que mi padre decidió enviarnos desde Temuco a su ciudad natal, Traiguén.

Como mi padre era profesor en la Universidad de Chile, se quedó en Temuco, y nosotros, con mi madre y mis cuatro hermanos mayores, nos fuimos en un bus Puma a la casa de la abuelita Ester. Era la típica casa de pueblo con tejas añosas, bodega para la leña y carbón y piezas altas que se calentaban con brasero.

Al final del patio estaba el lavadero. Era grande, de cemento y con una pisadera de tablas atravesadas, siempre húmedas y, sobre él, una llave con mucha potencia desde donde salía esa agua pura de nuestro sur. En su interior, una tabla de lavar con canaletitas paralelas para un mejor lavado y la escobilla con la que mi abuela sacaba toda la mugre que nuestra ropa acumulaba tras tardes enteras jugando en el patio.

Lo infaltable en el lavadero era una especie de tiesto con una rejilla para el jabón Popeye, el fiel compañero de la abuelita en su lucha diaria por mantener limpia e impecable nuestra ropa.

Recuerdo que tanto yo como mis hermanos, pese a tener conciencia de los momentos difíciles vividos, un día le preguntamos a la abuelita por qué no había jabón de cara en el baño, a lo que ella respondió que buscaría uno en la pequeña bodega de la casa para que pudiésemos usarlo.

Ese día, después de jugar con mis hermanos en el patio gigante de la abuela Ester, escuchamos que ella con su característica voz nos dijo: “Ya niñitos, a la mesa”, por lo que corrimos a lavarnos las manos para pasar a ese comedor donde seguro habría algo sencillo, pero sabroso, preparado con tanto amor por nuestra amada abuelita. Al llegar mi turno para entrar al baño, miré el lavamanos y vi con mis ojos de niño un hermoso jabón con forma de corazón que jamás olvidaré. Pese a mis cortos 6 años pude darme cuenta de que la abuela lo había tallado a partir de un jabón Popeye.

Aún ahora, ya con 56 años, me emociono al darme cuenta cómo estas mujeres, mi madre y mi abuela, nos hacían ver la vida hermosa, pese a los difíciles momentos que se vivían en nuestro país.

Cada uno de nosotros guardó silencio, nadie dijo nada, pero atesoramos ese gesto en nuestro corazón y mente.

Gracias mamá, abuelita Ester y, en especial, a ti, nuestro jabón de siempre… Popeye.


Por: Claudio Bustamante