Mami Toya
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Mami Toya

Mami Toya es un relato del concurso literario

Mami Toya

Mi abuela Victoria tenía por costumbre hacer del día miércoles, y no otro, el día de lavado de ropa. Ese día temprano yo comenzaba la tarea que mi Mami Toya me había asignado: hacer un fuego y sobre este colocar un fondo de aluminio de 100 litros para luego llenarlo con agua hasta tres cuartos, usando una manguera.

Para un niño de 10 años era una entretención pura, aunque ahora parece bastante riesgoso. En esa época parece que no había tantos recelos.

Una vez que el agua hervía, avisaba a Mami Toya, quien ponía trozos de jabón Popeye y procedía a revolver el agua hasta que el jabón se deshacía, quedando como una extraña sopa lechosa. El ritual de lavado seguía, introduciendo sábanas, toallas, camisas, poleras, solo ropa blanca. Luego había que revolver la “sopa de ropa” con un palo similar a un remo. Pasados 15 a 20 minutos venía la operación más riesgosa que consistía en retirar la ropa del fondo y traspasarlo a la batea para la etapa de escobillado manual y enjuague. Para esa tarea se ayudaba del palo-remo y sacaba de a una las prendas con el agua estilando y a alta temperatura. Yo, como fiel fogonero, seguía avivando el fuego y rellenando el fondo con agua entre cada carga de ropa.

Así transcurría toda la mañana del miércoles. Había mucha satisfacción en mí de serle útil a mi abuela y ver tendidas en los cordeles, flameando como banderas al aire, las sábanas de crea cruda o las de saco de harina, ambas hermanadas e inmaculadas con una blancura tal que cegaba la vista.

Esa jornada de lavado matinal tenía su recompensa porque Mami Toya era una cocinera excepcional y, como se estilaba en esa época, mostraba su cariño con la comida. El almuerzo era un pequeño banquete.

Hoy el lavado de ropa ni remotamente se asemeja a los métodos de 50 años atrás. Muchas cosas han cambiado, pero el recuerdo y cariño hacia mi Mami Toya no cambia, sigue vivo y cada vez que tomo el detergente Popeye recuerdo a mi abuela y la ropa flameando al viento, blanca, inmaculada como el amor que guardo por ella, la lavandera del día miércoles.


Por: Marco Antonio Durán