Olor de mi mamá
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Olor de mi mamá

Olor de mi mamá es un relato del concurso literario

Olor de mi mamá

Siempre creí que mamá era una prestidigitadora. No sé cómo lo hacía para dorar sopaipillas, coser manteles, hornear carnes y tejer nuestros suéteres en un tris; acurrucarme con su capa envolvente de ternura, mover los títeres y enseñarnos flamenco mientras la lluvia susurraba en la calle sin cesar.

No le pregunté todos sus secretos; tampoco ella supo la totalidad de los míos. Por ejemplo, que antes de marcharse a visitar a mi bisabuela, me abrazaba, y yo la olía para llenar mi pecho de su aroma que me dejaba alegre durante los dos días que demoraba en volver.

La tarde en que ella se retrasó, me senté frente a la puerta a esperarla. No me apetecieron las tostadas ni la leche con chocolate, y nadie pudo obligarme a entrar. Llegó la noche y con ella un deseo irrefrenable de llorar. Así entré a la casa… muy triste y distraída. Por accidente, derramé betarragas en mi chaqueta bordada de mariposas. Entonces, mis hermanas, mientras sollozaba, me llevaron a la batea donde había, según ellas, una piedra encantada de color verde que me borraría las manchas y la desagradable emoción. En cuanto la frotaron con agua en mi ropa, respiré el olor de mamá.

Ellas insistieron en cambiarme la prenda para secarla, pero grité como un osezno y no lograron quitármela; mi pecho se había vuelto a llenar de la presencia de mi mamá. Por la mañana, recordando una manualidad que debíamos hacer en el colegio, corrí a la batea, brillaba con el agua escarchada bajo el sol de Curicó, y recogí el trozo mágico de joya con el más alocado entusiasmo.

Con la ayuda de la profesora, corcholatas y pliegos de papel celofán, hice un adorno con incrustaciones de mariposas semejantes a las de mi chaqueta.

Mamá llegó a la quinta puesta de sol y se lo regalé de inmediato; no pude esperar hasta el día de la madre. Mi corazón no tenía cabida para tanta felicidad.

El día en que nos mudamos al norte, durante el trayecto, así es la magia, el adorno de mariposas voló hasta el cielo, para acompañar a mi bisabuela.

A pesar de todos los años que han transcurrido, cuando refriego los calcetines con jabón Popeye, la risa tierna que me devolvió mamá aquella tarde memorable, a veces, corretea como un pececillo blanco entre mis manos; otras, se vuelve una piedra de jade entre mis dedos; y, a menudo, como una filigrana de gotas celestes azuladas, se escurre en la lavadora y me canta algunos sonidos de la lluvia del sur.

Todavía pienso que mamá fue una prestidigitadora.

En honor a mi adorada madre, fallecida el 25 de junio de 2012, después de un año y medio de sufrir el dolor y el miedo provocado por el cáncer.


Por: Matilda Olivares