31 Jul Primer pantalón largo
Al día siguiente sería mi cumpleaños. Diez años y podría usar pantalones largos. Mis tres hermanos menores ya me envidiaban pues deberían continuar con pantalones cortos. Aquel mediodía de enero de 1970, temprano había dejado de jugar en la tierra, saltando cercos y demás peripecias diarias, pues debía lavar mi pantalón largo, el que debía calzarme al día siguiente. A escondidas lo había usado unos días antes. Mi problema era no saber cómo eliminar en la parte delantera de la pierna una mancha de grasa fruto de jugar a las escondidas debajo del camión de mi papá. Nunca había lavado nada.
Llevaba varios días pensando en cómo sería posible sacar tal mancha, por lo que andaba distraído y silencioso con mis hermanos. De repente vi a mi madre, como de costumbre, junto a la batea y sobre la tabla de lavar una camisa de papá, que ella afanosamente refregaba. Yo, que nunca me había preocupado de tal labor, pero viendo una salida a mi preocupación, me acerqué solícito y ofrecí ayudarla. Me mostró una mancha en la espalda de la camisa y me dijo que debía alternadamente pasarle una barra de jabón de las que mi padre traía regularmente desde Talcahuano, la que conocíamos como “El Popeye”, luego debía restregar con una enorme escobilla.
Al ver que mi madre se dirigía a la cocina, dejé a un lado la camisa y corrí a sacar de debajo de mi cama el escondido pantalón, lo mojé y comencé con mi propia tarea, con tal energía y esmero que gasté gran parte del Popeye, ansioso por un pronto resultado. Al rato sumergí el pantalón en el agua varias veces, pues había usado mucho jabón, y en un momento vi que la mancha había desaparecido. Para mí eso fue un milagro, alejado de lo posible. Raudo corrí a tenderlo en un cordel en que nadie lo viera. Recién hecho esto veo a mamá dirigirse a la batea, corro hacia allá, ubico la camisa en la tabla, aún con la mancha, que me pareció más grande. Ella dijo: qué bien lo has hecho, yo la termino.
El calor de enero secó el pantalón muy pronto, estaba impecable, pero la parte del muslo izquierdo, el de la mancha, estaba más claro que el resto. Aun así, lo usé feliz al día siguiente, siendo el pantalón del que más recuerdos tengo, el que me acompañó varios años hasta heredarlo a uno de mis hermanos.
Hoy día, 50 años después, seguimos usando en mi casa El Popeye, logrando los mismos efectos milagrosos. Es muy gratificante en la vorágine de la civilización actual sentir, como dice el refrán, que: “Hay cosas que nunca cambian”.
Autor: Fernando Monsalve