Tallarines con jabón
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Tallarines con jabón

Tallarines con jabón es un relato sobre Popeye

Tallarines con jabón

Esto sucedió hace 50 años.

A mis doce años y debido a que mis padres trabajaban y por ser yo el hijo mayor, todos los días sábados debía quedarme a cargo de la casa y del cuidado de mis dos hermanos. Esto incluía preparar el almuerzo y los demás quehaceres.

Uno de esos días, mi madre antes de marcharse y luego de dejar “remojando” ropa con jabón Popeye en el lavadero, me dio las instrucciones y los ingredientes para cocinar tallarines con salsa de tomates, que debían estar listos a la hora que regresaba papá del trabajo.

Ya ordenada y limpia la casa, me metí de lleno a la preparación del almuerzo, pero algo inesperado sucedió casi al final del proceso. Una vez listos los fideos, de acuerdo a instrucciones de mamá, había que colarlos y enjuagarlos, y lo hacíamos en el mismo lavadero. Le ordené a mi hermano menor que me ayudara; su tarea era sostener el asa del colador firmemente con ambas manos.

Cuando me disponía a voltear sobre él los fideos, tarde me di cuenta de que mi mamá había dejado ropa en remojo con jabón Popeye. Aun así, volteé la preparación y lo que temí sucedió: el peso de la preparación hizo que a mi hermano se le resbalara el colador y los fideos cayeron directamente sobre la lavaza. Imaginé de inmediato el castigo que recibiría por lo sucedido.

En mi desesperación atiné a ponerlos nuevamente en el colador y enjuagarlos con bastante agua para tratar de quitarles el sabor y olor al jabón.

Llegó papá, hice como si no pasaba nada, amenacé a mis hermanos para que no lo comentaran, en especial a mi chismosa hermana, quien era la “acusete” de los tres.

Ya todos sentados a la mesa, un silencio sepulcral en el ambiente, no volaba ni una mosca. Serví la comida y probé un poco. Aún tenían el sabor a jabón, pero hice el gesto de que estaban deliciosos.

Mis hermanos no se atrevían, solamente miraban sus platos. Entre dientes y con mirada amenazante yo les pedía que comieran.

Miré a papá que se animó a probar, sentí que se demoraba una eternidad entre masticadas, yo casi sudaba. Luego vi que seguía comiendo sin hacer ninguna manifestación de desagrado, al contrario, opinó que estaba rico el almuerzo. Qué alivio para mí.

Hace 10 años, en una tertulia familiar, conté esta anécdota, con la sorpresa de que papá me confesó que ese día mi hermana sí me había “acusado” y él, al ver mi cara de desesperación, decidió no castigarme y comerse los fideos pasados a jabón calladamente.


Por: Julio Higueras